jueves, 16 de junio de 2022

San Agustín advierte contra el sacrilegio eucarístico que cometen los herejes y pecadores impenitentes

 





San Agustín De civ. Dei. 22, 19
Hay algunos que, por lo que dice aquí, ofrecen la salvación a los hombres purificados por el bautismo de Jesucristo, con tal que participen de su cuerpo (aunque vivan de cualquier modo). Pero les contradice el Apóstol, diciendo: "son bien conocidas las acciones de la carne, como son la fornicación, la inmundicia" ( Gál 5,19), etc. Acerca de lo que os predico, como ya os llevo dicho, que los que así obran, no alcanzarán el reino de Dios. Por esta razón se pregunta con fundamento cómo debe entenderse lo que aquí dice. El que vive unido con su cuerpo -esto es, en unión con los miembros cristianos, de cuyo cuerpo suelen participar todos los fieles que se acercan al altar-, ése puede propiamente decirse que come el cuerpo y bebe la sangre de Jesucristo. Por esto los herejes y los cismáticos, que están separados de la unidad del cuerpo, pueden recibir este sacramento, pero no les aprovecha, antes al contrario, les perjudica, porque son considerados como más pecadores y hay más dificultad para perdonarlos. Y ellos no deben considerarse como seguros por sus costumbres malas y depravadas, porque por la maldad de su vida abandonaron la misma santidad de la vida, que es Jesucristo, ya fornicando, o ya haciendo otras cosas por el estilo. Y no puede decirse que éstos coman el cuerpo de Jesucristo, porque ni aun deben contarse entre los miembros de Jesucristo. Y pasando otras cosas en silencio, no pueden ser a la vez miembros de Jesucristo y miembros de una mujer impúdica.
 

San Agustín In Ioannem tract., 26.
 Quiere que se entienda por esta comida y esta bebida la unión que hay entre su cuerpo y sus miembros, como es la Iglesia en sus predestinados, en los llamados, en los justificados, en los santos glorificados y en sus fieles. Este sacramento (esto es, la unidad del cuerpo y la sangre de Jesucristo), que en algunos lugares se prepara todos los días en la mesa del Señor y en otros, sólo de tiempo en tiempo y se recibe de la mesa del Señor, para unos es vida, para otros condenación. Pero la entidad de aquello que constituye el sacramento, da vida a todo hombre, y a ninguno sirve de condenación, cualquiera que sea el que de ella participa. Y para que no creyesen que por medio de esta comida y esta bebida se ofrecía la vida eterna de tal modo que aquéllos que la recibiesen ya no morirían ni aun en cuanto al cuerpo, saliendo al encuentro de esta idea, continuó diciendo: "Y yo le resucitaré en el último día", con el fin de que tenga entre tanto la vida eterna, según el espíritu, en el descanso donde se encuentran las almas de los justos. Mas en cuanto al cuerpo, ni aun éste carecerá de vida eterna, porque en la resurrección de los muertos, cuando llegue el último día, la tendrá.
San Agustín De verb. Dom. serm. 11
Y en realidad, muchos que comen aquella carne y beben aquella sangre hipócritamente, se hacen apóstatas. ¿Acaso permanecen en Cristo y Cristo en ellos? Pero hay cierta manera de comer aquella carne y de beber aquella sangre, para que el que la coma y la beba permanezca en Cristo y Cristo en él.
 
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Como los hombres desean conseguir mediante la comida y bebida saciar para siempre su hambre y su sed, esto en realidad no lo satisface nada sino esta comida y esta bebida, que hace inmortales e incorruptibles a aquéllos que la reciben; esto es, a la misma sociedad de los santos, en donde se encontrará la paz y unidad plena y perfecta. Por lo tanto, nuestro Señor recomendó su cuerpo y su sangre como cosas que se reducen y refieren a cierta unidad, porque de muchos granos se forma otro cuerpo (esto es, el pan), que es un solo todo y lo mismo sucede respecto del vino, que se forma por la reunión de muchos racimos. Después manifiesta en qué consiste comer su cuerpo y beber su sangre, diciendo: "El que come mi carne, etc., permanece en mí y yo en él". Esto es, pues, comer aquella comida y beber aquella bebida, a saber: permanecer en Cristo y tener a Cristo permaneciendo en sí. Y por esto el que no permanece en Cristo y aquél en quien Cristo no permanece, sin duda alguna ni come su carne ni bebe su sangre, sino que, por el contrario, come y bebe sacramento de tan gran valía para su condenación.
 

Hebreos 10

Advertencia al que peca deliberadamente

26 sino antes bien una horrenda expectación del juicio y del fuego abrasador, que ha de devorar a los enemigos de Dios.

27 Uno que prevarique contra la ley de Moisés, y se haga idólatra, siéndole probado con dos o tres testigos es condenado sin remisión a muerte.

28 Pues ahora, ¿cuánto más acerbos suplicios, si lo pensáis, merecerá aquel que hollare al Hijo de Dios, y tuviese por vil e inmunda la sangre divina del Testamento, por la cual fue santificado, y ultrajare al Espíritu Santo autor de la gracia?

29 Pues bien conocemos quién es el que dijo: A mí está reservada la venganza, y yo soy el que la ha de tomar. Y también: El Señor ha de juzgar a su pueblo.

30 Horrenda cosa es por cierto caer en manos del Dios vivo.

 
 
San Agustín De verb. Dom serm. 11
Como diciendo: Yo vivo como el Padre. Y para que no se crea que es ingénito, añadió: "por el Padre", manifestando, aunque veladamente, que el Padre es su principio. Y cuando dice: "Así también el que come, él mismo vivirá por mí", no dice esto sencillamente de la vida, sino de la vida de santidad. Porque viven también los infieles, aunque no comen de aquella carne. Y tampoco dice esto en cuanto a la resurrección general, porque también resucitarán; sino que habla de la vida de la gloria y que tiene recompensa.
 
Por no recibir la enseñanza de la Eucaristía la Plebe que se hacían pasar por discípulos abandonó a Jesucristo, y están incluso simbolizados con el número de la Bestia.
 
Juan 6:66 Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás y no andaban ya con El. 
Teofilacto.
Y cuando oímos que sus discípulos murmuraban, no creamos que se trataba de aquéllos que eran discípulos suyos en acto, sino de aquéllos que eran instruidos por El en el hábito y en la forma. En efecto, entre sus discípulos había algunos de la plebe que se llamaban sus discípulos únicamente porque estaban mucho tiempo con ellos.
 
San Agustín, ut supra
Y no dijo hay algunos entre vosotros que no entienden, sino que explica la causa por qué no entiendan. Pues el profeta dijo: "Si no creyereis, no entenderéis" ( Is 7,9), porque quien se resiste, ¿cómo podrá ser vivificado? Este adversario no vuelve el rostro ante el rayo de luz con que debe ser penetrado, sino que cierra su inteligencia. Crean, abran y serán iluminados.
 
Crisóstomo, ut supra
Y para que se comprenda, que Jesucristo había conocido esto antes de estas palabras y no después que murmuraron y se escandalizaron, lo da a entender por lo que dice a continuación su evangelista: "Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían", etc.
 
 "Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás", etc.
Crisóstomo, ut supra
No dijo que se separaron, sino que se volvieron atrás de aquel oír que es conforme a la virtud y perdieron también la fe que antes tenían.
San Agustín, ut supra
Y como se separaron del cuerpo, perdieron la vida, porque ya no pertenecían a aquella corporación y se consideraron como pertenecientes al número de los que no creían. Volvieron atrás no pocos, sino muchos en pos de Satanás y no en pos de Jesucristo, como dice el Apóstol hablando de ciertas mujeres: "Algunas volvieron atrás en pos de Satanás" ( 1Tim 5,15). Mas el Señor no rechazó a Pedro para que fuese en pos de Satanás, sino que hizo que viniese en pos de sí.
 
Crisóstomo, ut supra
Mas como San Pedro había dicho: "Y nosotros hemos creído", el Señor exceptuó a Judas del número de los que creían. Por esto sigue: "Jesús le respondió: ¿no os escogí yo a los doce, y uno de vosotros es el diablo?" Y es notable esto que dice. No creáis que porque me habéis seguido, no castigaré a los malos. Muy justo es que éste pregunte, porque ahora los discípulos nada dicen. Pero asustados después exclaman: "Señor, ¿acaso soy yo?" ( Mt 26,22). Pero San Pedro aun no había oído: "Retírate, Satanás" ( Mt 16,23), y por esto no temió. Ahora tampoco dijo el Señor: uno de vosotros me entregará, sino: ¿no es diablo? Y por lo tanto ignoraban lo que se les decía, creyendo que únicamente se vituperaba su malicia. Pero los gentiles vituperan a Jesucristo con motivo de este suceso, porque su elección no se hacía por la fuerza en cuanto lo que había de suceder, sino que está en la voluntad el ser salvo o perecer.

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