Jesús a Santa Catalina: Los malos pastores no corrigen a los pecadores porque ellos se aman a si mismos y viven en pecado mortal. Son como miembros que comienzan a pudrirse:
Ningún rango, ya sea de ley civil o divina, se puede mantener en gracia sin la santa justicia; porque el que no es corregido ni corrige, es como el miembro que se ha empezado a podrir, que si el médico aplica inmediatamente solo el ungüento sin cauterizar la llaga, todo el cuerpo se infecta y se pudre.
Lo mismo ocurre con los prelados o con cualquier otra persona con autoridad.
Si ven a los miembros que son sus súbditos pudriéndose a causa de la inmundicia del pecado mortal y le aplican solamente el ungüento de la lisonja sin la reprensión, jamás le sanará. Por el contrario, infectarán a los otros miembros inmediatos que están unidos al mismo cuerpo, esto es, con un mismo Pastor. Pero si los que tienen autoridad fueran realmente buenos médicos para esas almas, como lo fueron esos gloriosos pastores, no aplicarían el ungüento sin el cauterio de la reprensión. Y si el miembro se obstinare en obrar el mal, le cortará y se separará de la congregación para que no infecten a todo el cuerpo con la inmundicia del pecado mortal.
Pero no lo hacen así los pastores de hoy día, de hecho, fingen no ver.
Y sabes por qué? Porque la raíz del amor propio está viva en ellos, y esta es la fuente de su perverso temor servil. No corrigen a las personas por miedo a perder su rango y posición (la prelacía) y sus posesiones materiales. Actúan como si fueran ciegos, y no conocen como se conserva el estado y la dignidad, pue si viesen que se conserva por la santa justicia, la mantendrían en su vigor; pero porque carecen de luz, no lo saben. Creen que pueden triunfar a través de la injusticia, al no reprobar los pecados de sus súbditos. Pero son engañados por su propia pasión sensual, por su anhelo de rango civil o eclesiástico.
Otra razón por la que no corregirán a los demás es que ellos mismos están viviendo en los mismos o mayores pecados.
Sienten que la misma culpa los envuelve, por lo que dejan de lado el fervor y la confianza y, encadenados por un temor servil, fingen que no ven. Incluso lo que ven no lo corrigen, antes bien se dejan seducir por halagos y sobornos, utilizando estas mismas cosas como excusas para no castigar a los delincuentes. En ellos se cumple lo que mi Verdad dijo en el santo Evangelio: ‘Son ciegos y guías de ciegos. Y si una persona ciega guía a otra, ambos caen en el hoyo ".
Aquellos que han sido o serían mis dulces ministros no actuaron ni actuarían de esta manera. Te dije que estos han adquirido las cualidades del sol. De hecho, son sol, porque en ellos no hay oscuridad de pecado o ignorancia, porque siguen la doctrina de mi Verdad. Tampoco son tibios, porque arden en el horno de mi caridad. Desprecian los honores, rangos y placeres del mundo. Por lo tanto, no tienen miedo de corregir y reprender, pues quien no anhelan el poder o el rango eclesiástico no tienen miedo de perderlo, antes bien reprenden [el pecado] con valentía, pues a quien no le remuerde la conciencia acusándolo de pecado no tienen nada que temer ".
Ellos [el mal clero] no me pagan lo que me corresponde por la gloria, ni se hacen la justicia de una vida santa y honorable, ni desean la salvación de las almas ni tienen hambre de la virtud. Así, cometen injusticia contra sus súbditos y prójimo, y no los corrigen por sus pecados. De hecho, como si fueran ciegos y no lo supieran, debido a su miedo perverso de incurrir en el disgusto de los demás, los dejaron dormidos en su enfermedad. No consideran que al desear complacer a las criaturas, [en realidad] nos desagradan tanto a ellos como a mí, su Creador. (Diálogo, cap. 122, pág. 234)
Una vez que ella [la Iglesia] sea reformada con buenos pastores, sus súbditos ciertamente cambiarán sus formas. Porque, en cierto modo, la culpa de los pecados de los súbditos recae en sus malvados pastores, porque si estos últimos se hubieran reprendido y si la perla de la justicia hubiera sido luminosa en su vida santa y honorable, sus súbditos no se habrían comportado de esta manera. (Diálogo, cap. 129, pág. 256)
Los buenos ministros corrigen a sus súbditos
Estos han seguido sus pisadas y por eso corrigieron y no dejaron podrir los miembros por falta de corrección, sino que les aplicaban caritativamente el ungüento de la benignidad y quemaban la llaga del delito con la aspereza del fuego, con la reprensión y penitencia, poco o mucho, según la gravedad del pecado y no temían la muerte, con tal que corrigiesen y dijesen la verdad. Estos eran verdaderos hortelanos, que con diligencia y temor santo arrancaban las espinas de los pecados mortales y plantaban olorosas plantas de virtudes. Por lo cual los súbditos vivían en santo y verdadero temor, y se criaban como flores olorosas en el cuerpo místico de la Santa Iglesia, porque corregían sin temor servil, pues no les temían, porque en ellos no había culpa de pecado, por eso tenían la santa justicia, reprendiendo humildemente y sin ningún temor.
En el dialogo se expresa un respeto y amor profundo por la dignidad sacerdotal, donde se afirma que Jesús juzgará a los malos sacerdotes, pero recordemos que Santa Catalina al no reconocer la elección del anti Papa Clemente VII lo reprochó y lo llamó anti Cristo, porque ningún fiel está obligado a rendirle honor a un anti Papa, ni debe colaborar con los herejes porque el Magisterio decreta que queda automáticamente excomulgado. Santa Catalina envió cartas a los cardenales para que desistieran de haber elegido al antipapa luego de haber elegido legítimamente a Urbano VI.
Le pidió al Papa Gregorio XI que los expulsará fuera de la Iglesia a las flores corruptas y pusiera en su lugar pastores según el corazón de Dios «los malos pastores y gobernadores llenos de impureza y avaricia, e hinchados de orgullo, que emponzoñan y pudren este jardín».
Tambien combatió a los herejes con la oración «El cuerpo místico de la santa Iglesia está rodeado por muchos enemigos –le escribió a un monje–. Por lo cual ves que aquellos que han sido puestos para columnas y mantenedores de la santa Iglesia se han vuelto sus perseguidores con la tiniebla de la herejía. No hay pues que dormir, sino derrotarlos con la vigilia, las lágrimas, los sudores, y con dolorosos y amorosos deseos, con humilde y continua oración».
«Ha llegado el momento de llorar y de lamentarse porque la Esposa de Cristo se ve perseguida por sus miembros pérfidos y corrompidos»
Censuró a el silencio cobarde y la complicidad de los Obispos
«Yo quiero que estéis privado de este amor, mi queridísimo pastor, yo os pido que obréis de modo que el día en que la suprema Verdad os juzgue no tenga que deciros esta dura palabra: “Maldito seas, tú que no has dicho nada”. ¡Ah, basta de silencio!, clamad con cien mil lenguas. Yo veo que a fuerza de silencio, el mundo está podrido. La Esposa de Cristo ha perdido su color (cf. Lam 4, 1), porque hay quien chupa su sangre, que es la sangre de Cristo, que, dada gratuitamente, es robada por la soberbia, negando el honor debido a Dios y dándoselo a sí mismo».
Así le escribía a un Nuncio:
«Os debéis fatigar junto con el Padre Santo, y hacer lo que podáis para extirpar los lobos y los demonios encarnados de los pastores... Os ruego que aunque debierais morir por ello digáis al Padre Santo que ponga remedio a tantas iniquidades. Y cuando venga el tiempo de crear pastores y cardenales, que no se hagan por halagos o por dineros y simonías; rogadle cuanto podáis, que atienda y mire para encontrar la virtud y la buena y santa fama en el hombre».
Santa Catalina de Siena fue Laica dominica
Catalina entró a los 16 años a la Tercera Orden de Santo Domingo, una rama laica de la orden de predicadores que había fundado Santo Domingo de Guzmán en 1216. Estos religiosos mendicantes se dedicaban a predicar el Evangelio, a defender la fe y combatir las herejías para convertir a los herejes.
Santa Catalina promovió las cruzadas contra los infieles (musulmanes) para la conquista de los santos Lugares.
… juzga la idea de Judas que tiene Francisco• La desesperación de Judas desagradó más a Dios que su traición Este es aquel pecado que no se perdona ni en esta ni en la otra vida, porque despreció mi misericordia, y este solo pecado es mayor que todos los otros que cometió. Y así la desesperación de Judas me desagradó más, y fue más enojosa a mi Hijo que la traición que le hizo. Asique son argüidos de este falso juicio, esto es, de haber tenido por mayor su pecado que mi misericordia; y por tanto son castigados con los demonios, y eternamente atormentados con ellos. (Santa Catalina de Siena. Diálogo, trat. I, cap. XXXVII) Ni siquiera los ángeles están a la altura de la dignidad sacerdotal
¡O querida hija! he dicho todo esto para que conozcas mejor la dignidad en que yo he puesto a mis Ministros, y te duelas más de sus miserias. […] En la vida presente no pueden subir a mayor dignidad. Ellos son mis ungidos, y los llamo mis Cristos, porque me he dado a ellos para que me suministren a vosotros, y los he puesto como flores olorosas en el cuerpo místico de la Santa Iglesia. No he concedido esta dignidad a los ángeles, y sí a los hombres que he elegido por mis ministros, los cuales he puesto como ángeles, y deben ser ángeles terrenos en esta vida. (Santa Catalina de Siena. Dialogo, 3ª resp., cap. IV) “Ellos son mis ungidos, y los llamo mis Cristos”
¡O querida hija! he dicho todo esto para que conozcas mejor la dignidad en que yo he puesto a mis Ministros, y te duelas más de sus miserias. […] En la vida presente no pueden subir a mayor dignidad. Ellos son mis ungidos, y los llamo mis Cristos, porque me he dado a ellos para que me suministren a vosotros, y los he puesto como flores olorosas en el cuerpo místico de la Santa Iglesia. No he concedido esta dignidad a los ángeles, y sí a los hombres que he elegido por mis ministros, los cuales he puesto como ángeles, y deben ser ángeles terrenos en esta vida. (Santa Catalina de Siena. Diálogo, 3ª resp., cap. IV) … juzga la idea de gracia que tiene Francisco
El Papa debe considerar el mal que es la perdida de la gracia en las almas
Paréceme que [Dios] quiere que pongáis los ojos del entendimiento en la belleza del alma y en la sangre de su Hijo, por la cual lavó la cara de nuestra alma. Y de ella sois administrador. […] El tesoro de la Iglesia es la sangre de Cristo dada en precio por el alma. […] Mejor es, pues, dejar que se pierda el oro de las cosas temporales que el de las espirituales. […] Abrid, abrid el ojo del entendimiento con hambre y deseo de la salvación de las almas para considerar dos males: el mal de la grandeza, dominio y bienes temporales que os parece debéis reconquistar, y el de ver perder la gracia en las almas. De esa consideración deduciréis que estáis más obligado a reconquistar las almas. (Santa Catalina de Siena. Carta 209 a Gregorio XI, p. 767-768)
El Papa debe ser ejemplar en las palabras, costumbres y acciones
Sedme valiente, con santo temor de Dios, ejemplar en las palabras, costumbres y en todas vuestras acciones. Aparezcan todas transparentes ante Dios y ante los hombres, como luz puesta sobre el candelero de la Santa Iglesia, a la que mira y debe mirar todo el pueblo cristiano. (Santa Catalina de Siena. Carta 270 a Urbano VI, p. 1257)
Dios concede su misericordia a los que quieren enmendarse
Os aseguro, sin embargo, que si queréis enmendar vuestra vida en este tiempo que tenéis, Dios es tan bueno y misericordioso que os otorgará misericordia. Os recibirá benévolamente en sus brazos, os hará partícipes de la sangre del Cordero derramada con tanto fuego de amor, pues no hay pecador tan grande que no obtenga misericordia. La de Dios es mayor que nuestra maldad, siempre que queramos enmendarnos y vomitar la podredumbre del pecado por la confesión, con el propósito de preferir la muerte a volver a lo vomitado. […] Sabéis que si no os enmendáis, iréis a la cárcel más oscura que se pueda imaginar y que cuando no se da lo que se debe por la confesión y repulsa del pecado, no se necesita que nadie ponga al deudor en la prisión, sino que él mismo va al infierno en compañía de los demonios. (Santa Catalina de Siena. Carta 21) Nuestro Señor Jesucristo a Santa Catalina de Siena
Han nacido tinieblas y división en el mundo por falta de santo temor
Los prelados colocados en sus prelacías por Cristo en la tierra me hacían sacrificio de justicia con santa y honesta vida, resplandecía en ellos y en sus súbditos la margarita de la justicia con verdadera humildad y ardentísima caridad. […] Y porque antes habían hecho justicia consigo mismos, por eso la hacían con sus súbditos, queriendo verlos vivir virtuosamente, y les corregían sin ningún temor servil. […] Por eso corrigieron y no dejaron podrir los miembros por falta de corrección, sino que les aplicaban caritativamente el ungüento de la benignidad y quemaban la llaga del delito con la aspereza del fuego, con la reprensión y penitencia, poco o mucho, según la gravedad del pecado, y no temían la muerte, con tal que corrigiesen y dejasen la verdad. Estos eran verdaderos hortelanos, que con diligencia y temor santo arrancaban las espinas de los pecados mortales, y plantaban olorosas plantas de virtudes. Por lo cual, los súbditos vivían en santo y verdadero temor, y si criaban como flores olorosas en el cuerpo místico de la Iglesia. […] En ellos no había culpa de pecado, por eso tenían la santa justicia. […] Esta era y es aquella margarita en quien la justicia resplandece, que daba paz y alumbraba los entendimientos de las criaturas, y hacia perseverar el santo temor, y los corazones estaban unidos; y así se sabe que por ninguna cosa han venido tantas tinieblas y división en el mundo entre Seculares y Religiosos, Clérigos y Pastores de la Santa Iglesia, como por haber faltado la luz de la justicia y nacido las tinieblas de la injusticia. […] Te dije que en estos infelices y desdichados llevan en su pecho la injusticia. […] A mí no me tributan alabanza, y a si propios honestidad y santa vida, deseo de la salud de las almas, ni hambre de la virtud; y por eso cometen injusticia con sus súbditos y prójimos, y no corrigen sus vicios; antes bien […], los dejan dormir y yacer en su enfermedad. (Santa Catalina de Siena. El Diálogo, cap. XXXIII. XXXVI, p. 240-241.252-253) La reverencia a los sacerdotes se debe a la autoridad que Jesús les ha dado
Te he contado, Hija muy querida, algunas cosas sobre la reverencia que se debe tener a mis ungidos, no obstante sus defectos; porque la reverencia que se les hace no es a ellos por ser ellos, sino por la autoridad que yo les he dado; y por cuanto sus defectos no pueden disminuir el misterio del sacramento, no debe disminuirse la reverencia para con ellos, no por ellos, sino por el tesoro de la Sangre. (Santa Catalina de Siena. Diálogo, 3ª resp., cap. IX) “Ellos son mis ungidos, y los llamo mis Cristos”
¡O querida hija! he dicho todo esto para que conozcas mejor la dignidad en que yo he puesto a mis Ministros, y te duelas más de sus miserias. […] En la vida presente no pueden subir a mayor dignidad. Ellos son mis ungidos, y los llamo mis Cristos, porque me he dado a ellos para que me suministren a vosotros, y los he puesto como flores olorosas en el cuerpo místico de la Santa Iglesia. No he concedido esta dignidad a los ángeles, y sí a los hombres que he elegido por mis ministros, los cuales he puesto como ángeles, y deben ser ángeles terrenos en esta vida. (Santa Catalina de Siena. Diálogo, 3ª resp., cap. IV)
La desigualdad de bienes obliga a la práctica de la caridad
¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno todas o dándole a éste una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva […] En cuanto a los bienes temporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario, para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros […] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí. (Santa Catalina de Siena. El Diálogo, c. 6, 7)
Una revelación divina: hasta los demonios rehúyen ver cometer tan enorme pecado
Ellos, desgraciados, no sólo no dominan esta fragilidad, aunque la razón lo puede hacer cuando lo quiere el libre albedrío, sino que obran aún peor, porque cometen el maldito pecado que es contra la naturaleza. Como ciegos y tontos, ofuscada la luz de su entendimiento, no reconocen la pestilencia y miseria en que se encuentran, pues no sólo me es pestilente a mí, sino que ese pecado desagrada a los mismos demonios, a los que esos desgraciados han hecho sus señores. Tan abominable me es ese pecado contra la naturaleza, que sólo por él se hundieron cinco ciudades (Gen 19, 24-25) como resultado de mi juicio, al no querer mi divina justicia sufrirlas más; que tanto me desagradó ese abominable pecado. Es desagradable a los demonios, no porque les desagrade el mal y se complazcan en lo bueno, sino porque su naturaleza fue angélica, y esa naturaleza rehúye ver cometer tan enorme pecado en la realidad. Cierto es que antes les ha arrojado la saeta envenenada por la concupiscencia; pero, cuando el pecador llega al acto de ese pecado, el demonio se marcha por las razones dichas. (Santa Catalina de Siena. El Diálogo, cap.124) … juzga la idea de condenación eterna que que tiene Francisco
Si el mal sacerdote no se enmienda sufrirá la condenación eterna y recibirá mayor reproche
[Nuestro Señor Jesucristo a Santa Catalina de Siena]: ¡Oh queridísima hija! Yo te he puesto sobre el puente de la doctrina de mi verdad para que os sirviera a vosotros, peregrinos, y os administrara los sacramentos de la Santa Iglesia, mas él [un sacerdote] permanece en el río miserable debajo del puente y en el río de los placeres y miserias del mundo. Allí ejerce su ministerio, sin percatarse de que le llega la ola que le arrastra a la muerte y se va con los demonios, señores suyos, a los que ha servido y de los que se ha dejado guiar, sin recato alguno, por el camino del río. Si no se enmienda, llegará a la condenación eterna, con tan gran reprensión y reproche, que tu lengua no sería capaz de referirlo. Y él, por su oficio de sacerdote, mucho más que cualquier otro seglar. Por donde una misma culpa es más castigada en él que en otro que hubiera permanecido en el mundo. Y en el momento de la muerte, sus enemigos le acusarán más terriblemente, como te he dicho. (Santa Catalina de Siena. El Diálogo, n. 130)