San Antonio María Claret indica que “nada nos aprovecharía tomar el camino para ir al Cielo, si no andamos continuamente por él hasta llegar al fin; a la manera que a una persona que quisiese ir a Madrid, de nada le valdrían sus deseos, y el ponerse en camino para esta capital, si se estaba quieta en la carretera y no practicaba los demás medios para conseguirlo; así también para no hallarte burlado en la hora de la muerte, que será el término de nuestra peregrinación, procurarás en el negocio de todos los negocios, que es el de la salvación eterna, poner en práctica estas cinco máximas, que si las guardas con toda fidelidad, puedes estar seguro de que llegarás felizmente a la patria de los bienaventurados, en donde gozarás de Dios por toda una eternidad. Amén.
La primera es: Antes morir que pecar. Sí; así debes estar resuelto; dejarlo todo antes que dejar a Dios. En esto consiste la observancia del primer mandamiento de la ley del Señor. Por eso san Alfonso Ligorio clamaba: Que se pierda todo, antes que perder a Dios, y que sea disgustado todo el mundo, antes que lo sea Dios... Mas si por desgracia, atendida nuestra fragilidad, te sucediere caer en algún pecado mortal, no des por eso lugar a la desconfianza, ni a la perturbación interior, con que procurará engañarte el espíritu maligno. Lo que debes practicar, es excitarte luego a dolor y contrición de tu culpa, considerando lo que has hecho ; y aborrecerla por ser ofensa de un Dios, a quien debes todo tu amor, por ser tu Dios, tu Criador, tu Redentor, tu Padre... y proponer confesarla a la mas posible brevedad. Te has de portar como una persona que ha tomado veneno, que para arrojarlo antes que le quite la vida, procura tomar luego un vomitivo eficaz: asimismo si por desgracia cometes tú una culpa mortal, has de vomitarla luego por medio de una santa y dolorosa confesión, si no quieres que ella, como un fuerte veneno, te precipite a la horrible y eterna sepultura del infierno. De lo contrario teme, cristiano: mira que no tienes sino una alma, y que si la pierdes ¡ay infeliz de tí! bajarás al infierno, de donde no podrás salir jamás; piénsalo bien, que por toda una eternidad has de ser o feliz en el cielo, o condenado en el infierno... piensa que si te condenas de nada te aprovecharán las riquezas, los gustos y los honores, y que con nada de este mundo podrás cambiar tu desventurada suerte.
La segunda es: Apartarte de las ocasiones de pecar. Si no lo haces así, ciertamente pecarás; porque dice el Espíritu Santo, que el que ama el peligro perecerá en él. Si no quieres caer, debes hacer como los animales, que habiendo de pasar por algún paraje en donde han recibido daño o han caído, se retiran de él, aunque sea haciendo algún rodeo. Obrando lo contrario, te sucederá lo que se observa en una casa, que por mucho que la limpien y quiten el polvo, si no matan las arañas, luego vuelve a estar llena como antes de las telas que fabrican: o bien te acontecerá lo que sucede al labrador que ha cortado la mala yerba, que si no la ha arrancado de raíz luego vuelve a brotar como antes. Por lo que si sabes que en el baile, en el juego, en las conversaciones amorosas con personas de diferente sexo, en el trato con este o aquel sujeto, en tal lugar o en tal casa caíste en desgracia de Dios, ofendiéndole, has de huir de allí, como de un lugar apestado, en donde encontraste la muerte.
La tercera es: La oracion al Señor, y la devocion a María santísima. Como la perseverancia final es un don especialísimo de Dios, según enseña nuestra madre la Iglesia, y no la concede el Todopoderoso, dice san Alfonso Ligorio, sino a los que se la piden; por esto enseña santo Tomás, que se ha de pedir siempre, para poder entrar en el cielo. Siempre hemos de decir al Señor: Venga a nosotros vuestro santo reino, ahora el de la divina gracia, y después el de la eterna gloria. Para alcanzar estos dones, hemos de valemos de la devoción a María santísima, como uno de los medios más poderosos. Ella es el conducto del cielo por donde manan todas las gracias que necesitamos, para apartarnos del mal y para obrar el bien. Ella es la puerta del cielo, como enseña la Iglesia; y nadie alcanza la misericordia del Señor, sino por su mediación, dice san German patriarca de Constantinopla. Por este motivo debes encomendarte todos los días a María santísima, y tributarla algunos obsequios, como son, rezarla con devoción el santo Rosario, y hacerla alguna novena y algún ayuno, si la salud y el trabajo te lo permiten; si no puedes hacer estas cosas, prívate a lo menos de alguna de aquellas que podrías hacer lícitamente, como por ejemplo, oler una flor, beber un vaso de agua, mirar o ir a tal punto que sería de tu gusto, etc. Sobre todo procura imitar sus virtudes, la humildad, la mansedumbre, la pureza y el amor que ella tuvo a Dios y al prójimo. Te encargo con mucha especialidad aquella oración, que te he puesto entre los ejercicios de cada dia(*), para que la reces diariamente. Aunque sea corta, motivo por el cual no debes dejarla jamás , yo te aseguro que si eres constante en rezarla, alcanzarás por su medio ahora la gracia y después la gloria eterna.
La cuarta es: La frecuencia de los santos Sacramentos, especialmente el de la sagrada Comunión. Ellos son los conductos de la divina gracia, de aquella gracia que es el medicamento que da salud a las almas. Jesucristo los instituyó para curar nuestras enfermedades espirituales, y para preservarnos de las recaídas. A la manera que uno que está enfermo, toma la medicina para curarse de sus males, y procura alimentarse con sustancias sanas y nutritivas a fin de no recaer en ellos; asimismo si no quieres recaer en tus dolencias espirituales, y morir eternamente, debes recibir con frecuencia los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, para alcanzar por medio del primero la gracia de la curación de tus pecados, o aumentar esta gracia curativa y remisión de ellos, si ya la hubieses conseguido; y por medio del segundo aquella que alimenta tu alma, y la fortifica para guardarte de caer en pecado. En el sacramento de la Eucaristía se halla el pan de la vida. Este es el pan vivo bajado del cielo, aquel pan que contiene en sí toda dulzura, y del cual dice el mismo Jesucristo, que el que lo coma con las disposiciones debidas, vivirá eternamente: este pan es su mismo cuerpo, que él dió para la vida espiritual del género humano. El que no come, pues, el cuerpo del Hijo de Dios hecho hombre; esto es, el que no comulga con frecuencia, ¡ah, cuán difícil es, por no decir imposible, que viva con la vida de la gracia! ¿Viviría mucho tiempo aquel hombre o aquella mujer, que no tomase alimento corporal sino de muy tarde en tarde, por ejemplo, de año en año?... Al contrario, el que comulga con las disposiciones debidas (no quiero decir con aquellas que pide la alteza de Dios, porque estas no pueden conseguirse, por ser Dios infinito, y nosotros la misma miseria, sino estar en gracia y comulgar con algún fervor), el que comulga, digo, con las disposiciones debidas, y comulga frecuentemente, ¡ah! ¡cómo corre lleno de salud y de vida por el camino del cielo! Por esto decia san Francisco de Sales que en el espacio de veinte y cinco años que dirigía almas, con ninguna otra cosa había conocido que se santificaban tanto, y casi se divinizaban, como con la sagrada Comunion. Pero cuidado con frecuentarla en desgracia de Dios, con pecados veniales cometidos con conocimiento, por costumbre, por vanidad o por otros fines que no sean rectos y honestos. Cuidado... y grande cuidado... en no engañarse así mismo, engañando (lo que cuesta poco) al director, a quien se le ha de pedir siempre permiso y consejo para verificarlo... La frecuente Comunión es una de las cosas más útiles al cristiano, más agradables y que más obligan a María santísima, de manera que dice Séñeri el Juniore que el que hace voto o promesa de comulgar doce domingos seguidos (si antes a menudo ya comulgaba), o doce meses continuados, o una vez al mes (si antes no comulgaba a menudo) en honor y gloria de María santísima; en memoria de aquellas doce estrellas con que san Juan la vió coronada en el Apocalipsis; alcanza de esta grande Reina y Señora de las gracias cualquier gracia que se le pide; y si no alcanza la gracia pretendida será porque no le convendrá; pero entonces le concederá otra gracia mayor y más útil que la que pide, como la experiencia lo ha demostrado. ¡Ojalá que los fieles en lugar de hacer otros votos y promesas hicieran esta, por cierto que lograrían mejor lo que pretenden!...
La quinta y última máxima es: Avivar la fe de que estás en la presencia de Dios. Esta máxima, mandada por el Altísimo al santo patriarca Abrahan para que fuese perfecto, cuando le dijo: Camina como un criado fiel delante de mí, y sé perfecto; considerada con atención, no puede menos de dar un resultado el más feliz. Porque ¿quién no ve desde luego su grande importancia? Pensar y creer estas verdades: Mira que Dios te ve... Mira que hasta los pensamientos más ocultos los tiene presentes... Mira que en cualquiera parte donde te quieras esconder para ofenderle, siempre estarás delante de él, y querer pecar no se puede comprender... ¿Seria posible hallar un hombre que quisiese insultar a un rey poderoso en su misma presencia, y delante de sus ministros de justicia con las armas en la mano para vengarle a la mas pequeña señal de su voluntad? A no haber perdido el uso de la razón, o a no estar ciego de una pasión violenta, no creo que fuese posible. No obstante, esto sucede todos los días, a todas horas, en todos instantes... ¡Cuántos pecados se cometen a cada momento, y todos a la presencia de un Dios infinito en grandeza y majestad!... ¡y a la vista de innumerables criaturas que obrarían todas como ministros de su divina justicia, si las ordenara vengar sus derechos!... El aire sofocaría al pecador delincuente con sola una insinuación de Dios; la tierra se le tragaría; el agua le ahogarla; el fuego le reduciría a cenizas; la... en una palabra, todas las criaturas pelearían a favor suyo contra los insensatos pecadores... En consecuencia, pues, ¿esta verdad bien ponderada no será mas que suficiente para apartarte de la culpa?... Aviva, pues, la fe de ella, la que, bien meditada, no solo te guardará de pecado, sino que te hará santo y un gran santo. Así sea."
(*) La oración a la cual hace referencia San Antonio María Claret, se encuentra en su libro: "Camino Recto y Seguro para llegar al Cielo", es la siguiente:
¡Oh! Virgen y Madre de Dios, yo me entrego por hijo vuestro y en honor y gloría de vuestra pureza os ofrezco mi alma, cuerpo, potencias y sentidos; y os suplico me alcanceis la gracia de no cometer jamás pecado alguno. Amén, Jesús. (Se rezan Tres Ave Marías)
Fuente: Sermones de Misión, Tomo II, San Antonio María Claret, Barcelona, Librería Religiosa