Entrevista del Dr. Phil Lawler a monseñor Viganò
Phil Lawler: En
primer lugar, ¿qué opinión le merece el Concilio Vaticano II? Es
indudable que desde entonces todo ha ido de mal en peor. Ahora bien, si
el conjunto del Concilio es problemático, ¿a qué se debe? ¿Cómo se puede
conciliar esta postura con lo que creemos sobre la inerrancia del
Magisterio? ¿Cómo es posible que todos los Padres Conciliares se
llamaran a engaño? Aunque sólo algunas partes del Concilio (Nostra aetate, Dignitatis humanae) son problemáticas, seguimos planteándonos las mismas interrogantes: desde hace años, muchos venimos afirmando que el espíritu del Concilio es erróneo. ¿Lo que dice ahora Vuestra Excelencia es que ese falso espíritu liberal es un reflejo del propio Concilio?
Monseñor Viganó: No
creo que sea necesario demostrar que el Concilio supone un problema: el
mero hecho de que nos planteemos eso con respecto al Concilio Vaticano
II y no con el de Trento ni con el Vaticano I confirma, a mi juicio, una
realidad evidente y reconocida por todos. Lo cierto es que los que lo
defienden a capa y espada lo hacen prescindiendo de todos los demás
concilios ecuménicos, ninguno de los cuales ha sido definido como concilio pastoral. Y fíjese bien: lo llaman el Concilio, por antonomasia, como si hubiera sido el único en toda la historia de la Iglesia, o por lo menos lo consideran un únicum,
ya sea por la formulación de su doctrina o por la autoridad de su
magisterio. A diferencia de todos los que lo precedieron, este concilio
se autocalifica precisamente de pastoral y declara que no
desea proponer ninguna nueva doctrina, pero de hecho supone un antes y
un después, establece una distinción entre concilio dogmático y concilio
pastoral, entre cánones inequívocos y palabrerías, entre anathema sit y guiños al mundo.
En
ese sentido, creo que el problema de la infalibilidad del Magisterio
-la inerrancia a la que usted alude es propia de las Sagradas
Escrituras- ni siquiera se plantea, porque el Legislador –o sea, el
Romano Pontífice– en torno al cual se ha convocado el Concilio ha
declarado de forma clara y solemne que no desea ejercer la autoridad
doctrinal que podría ejercer de haberlo querido. Me gustaría señalar que
no hay nada más pastoral que lo que se propone como dogmático, porque
el ejercicio del munus docendi en su forma más elevada coincide
con el mandato que dio el Señor a San Pedro de apacentar sus ovejas y
corderos. Y sin embargo esa oposición entre dogmático y pastoral la han
creado ni más ni menos los mismos que en el discurso de apertura del
Concilio quisieron dar un sentido más estricto al dogma y otro más suave
y conciliador a la pastoral. Encontramos el mismo estilo en las
intervenciones de Bergoglio, en las que entiende por pastoralidad una
versión suave de las rígidas enseñanzas católicas en materia de fe y costumbres, todo en nombre del discernimiento. Duele
reconocer que recurrir a un lenguaje equívoco, o a términos católicos
entendidos en un sentido impropio, ha invadido la Iglesia desde Concilio
Vaticano II, cuyo circiterismo -es decir, la ambigüedad, el
empleo adrede de un lenguaje impreciso- es el ejemplo principal y más
emblemático. Ello obedece a que el aggiornamento, término
igualmente equívoco e ideológicamente procurado por el Concilio como un
absoluto, tenía como máxima prioridad el diálogo con el mundo.
Hay
otro equívoco que debe ser aclarado: si por un lado Juan XXIII y Pablo
VI declararon que no querían comprometer el Concilio en la definición de
nuevas doctrinas y querían que fuera meramente pastoral, por otro es
cierto que exteriormente -hoy en día se diría mediáticamente- la
importancia que se concedió a sus actos fue enorme y sirvió para
transmitir la idea de una presunta autoridad doctrinal, de una
infalibilidad magisterial implícita a pesar de que desde el principio
ésta había quedado excluida. Esto se hizo para que sus propuestas más o
menos heterodoxas se entendiesen como autorizadas y fueran por tanto
acogidas por el clero y los fieles. Esto sería suficiente para
desacreditar a los autores de semejante engaño, que siguen poniendo el
grito en el cielo cuando se toca Nostra Aetate mientras callan
ante quienes niegan la divinidad de Nuestro Señor o la perpetua
virginidad de la Santísima Virgen. Recordemos que el católico no adora
un concilio, sea el Vaticano II o el Tridentino, sino la Santísima
Trinidad, único Dios verdadero; que no venera una declaración conciliar o
una exhortación postsinodal, sino la verdad que transmiten esos actos
del Magisterio.
Me
pregunta cómo fue posible que todos los padres conciliares se llamaran a
engaño. Le respondo a partir de mi experiencia personal de aquellos
años y las palabras de los hermanos en el episcopado a los que me he
enfrentado. Ninguno podía imaginar que dentro del cuerpo de la Iglesia
hubiera fuerzas hostiles tan poderosas y organizadas como para conseguir
que se rechazaran esquemas preparatorios de perfecta ortodoxia
elaborados por cardenales y prelados de indudable fidelidad a la Iglesia
para sustituirlos por un revoltijo de errores astutamente disimulados
bajo una capa de largos discursos y equívocos introducidos a propósito.
Nadie podía imaginar que bajo la cúpula de la Basílica Vaticana se
pudieran convocar los estados generales que decretarían la
abdicación de la Iglesia Católica para instaurar la Revolución (¡como
recordé en un escrito anterior, el cardenal Suenens calificó al Concilio
Vaticano II como el 1789 de la Iglesia!). Los Padres Conciliares
fueron víctimas de un tremendo engaño, de una estafa astutamente
perpetrada recurriendo a los medios más sutiles: se encontraron en
minoría en los grupos lingüísticos, fueron excluidos de reuniones
convocadas a última hora, obligados a dar su plácet haciéndoseles creer
que era la voluntad del Santo Padre. Y lo que los novatores no
consiguieron en el Aula Conciliar, lo consiguieron en las comisiones y
consejos gracias al activismo de teólogos y peritos acreditados y
aclamados por una poderosa maquinaria mediática. Hay una montaña de
estudios y documentos que por un lado dan testimonio de esta sistemática
mens dolosa y por otro del ingenuo optimismo e ingenuidad por
parte de los Padres del Concilio. Poco o nada pudo hacer la intervención
del Coetus Internationalis Patrum cuando las violaciones de los
progresistas quedaban ratificadas por el Pontífice.
Quienes
han afirmado que el espíritu del Concilio supone una interpretación
heterodoxa del mismo han llevado a cabo una operación inútil y
perjudicial aunque obrasen de buena fe. Es comprensible que un cardenal o
un obispo quiera defender el honor de la Iglesia y procure no
desacreditarla ante los fieles y el mundo. Así, se ha creído que lo que
atribuían los progresistas al Concilio no era sino malentendidos, una
interpretación arbitraria. Pero si en aquella época era difícil pensar
que la libertad religiosa condenada por Pío XI en Mortalium animos podía ser afirmada por Dignitatis humanae, o que el Romano Pontífice pudiera ver usurpada su propia autoridad por un fantasmagórico colegio episcopal, hoy
comprendemos que lo que en el Concilio Vaticano II se disimulaba con
astucia en la actualidad se afirma abiertamente en documentos
pontificios, incluso en nombre de la aplicación coherente del Concilio.
Por otra parte, cuando se habla habitualmente del espíritu de
algo, se entiende ni más ni menos lo que constituye precisamente el
alma, la esencia de ello. Podemos, por tanto, afirmar que el espíritu
del Concilio es el Concilio mismo, que los errores del postconcilio se
contienen in nuce en las actas del Concilio, del mismo modo que
se dice con toda razón que el Novus Ordo es la Misa del Concilio, aunque
en presencia de los Padres se celebrara la Misa que los progresistas
califican significativamente de preconciliar. Es más: si realmente el
Concilio Vaticano II no supusiera una ruptura, ¿por qué motivo se habla
de Iglesia preconciliar e Iglesia postconciliar, como si
se tratase de dos realidades distintas, definidas por la propia esencia
del Concilio? Y si realmente el Concilio se ajusta al Magisterio
ininterrumpido e infalible de la Iglesia, ¿cómo es el único que plantea
gravísimos problemas de interpretación, demostrando con ello su
heterogeneidad ontológica con respecto a los otros concilios?
Phil
Lawler: En segundo lugar, ¿cuál es la solución? Monseñor Schneider
propone que un futuro pontífice deberá repudiar los errores. Vuestra
Excelencia considera inadecuada esta propuesta. Entonces, ¿cómo se
pueden corregir los errores para mantener la autoridad del Magisterio en
la enseñanza?
Monseñor Viganó: A
mí me parece que la solución está primero que nada en un acto de
humildad que debemos realizar todos, empezando por la Jerarquía y por el
Papa: reconocer que el enemigo se ha infiltrado en la Iglesia; la
ocupación sistemática de que han sido objeto puestos clave de la Curia
Romana, seminarios y ateneos; la conjura de un grupo de rebeldes –entre
los cuales se encuentra en primera línea la desviada Compañía de Jesús–
que han conseguido dar visos de legitimidad y legalidad a un acto
subversivo y revolucionario. También debemos reconocer lo inadecuado de
la respuesta de los buenos, la ingenuidad de muchos, la cobardía de
otros y los intereses de cuantos han sacado provecho de dicha ventaja.
Tras la triple negación de Cristo en el patio de la casa del Sumo Sacerdote, San Pedro flevit amare, lloró
amargamente. Cuenta la tradición que el Príncipe de los Apóstoles tenía
dos surcos en las mejillas por las lágrimas que derramó copiosamente a
lo largo de su vida arrepentido de aquella traición. A uno de sus
sucesores, a un Vicario de Cristo, le tocará ejercer plenamente su
autoridad apostólica para retomar el hilo la Tradición allá donde fue
cortado. No será una derrota, sino un acto de veracidad, humildad y
valor. La autoridad e infalibilidad del Sucesor del Príncipe de los
Apóstoles quedarán intactas y corroboradas. Éstas no se pusieron en tela
de juicio deliberadamente a causa del Concilio Vaticano II, pero lo
serán el día en que un pontífice corrija los errores que permitió el
Concilio jugando con los equívocos de una autoridad oficialmente negada
pero dada subrepticiamente a entender a los fieles por toda la Jerarquía
empezando por los propios papas del Concilio.
Me
gustaría recordar que a algunos puede parecerles excesivo todo lo
arriba dicho, porque pondría en tela de juicio la autoridad de la
Iglesia y de los romanos pontífices. Pero ningún escrúpulo ha impedido
que se vulnere la bula Quo primum tempore de San Pío V derogando
de la noche a la mañana toda la liturgia romana, el venerable tesoro
milenario de doctrina y espiritualidad de la Misa Tradicional, el
inmenso patrimonio del canto gregoriano y de la música sacra, la belleza
de los ritos y de las vestiduras sagradas; así como desfigurando la
armonía arquitectónica, incluso de destacadas basílicas, al eliminar
balaustradas, altares monumentales y sagrarios. Todo se sacrificó en
aras del coram populo de la renovación conciliar, con la
agravante de hacerlo sólo porque se trataba de una liturgia
admirablemente católica que resultaba irreconciliable con el espíritu
del Concilio.
La
Iglesia es una institución divina, y en ella todo debe partir de Dios y
volver a Él. Lo que está en juego no es el prestigio de una clase
dirigente, ni la imagen de una empresa o un partido. De lo que se trata
es de la gloria de la majestad de Dios, de no banalizar la Pasión de
Nuestro Señor en la Cruz, los dolores y padecimientos de su Santísima
Madre, la sangre de los mártires, el testimonio de los santos y la
salvación eterna de las almas. Si por orgullo o por una desgraciada
obstinación no somos capaces de reconocer el error y el engaño en los
que hemos caído, habremos de rendir cuentas a Dios, que es tan
misericordioso con su pueblo cuando se arrepiente como implacable en la
justicia cuando se imita el non serviam de Lucifer.
+ Carlo Maria Viganò
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)
Mons. Viganò: el Vaticano II marcó el comienzo de una falsa iglesia paralela
(...) es innegable que desde el Vaticano II en adelante se construyó una iglesia paralela, superpuesta y diametralmente opuesta a la verdadera Iglesia de Cristo. Esta iglesia paralela oscureció progresivamente la institución divina fundada por Nuestro Señor para reemplazarla con una entidad espuria, que corresponde a la religión universal deseada que la Masonería teorizó por primera vez.
(...) es innegable que desde el Vaticano II en adelante se construyó una iglesia paralela, superpuesta y diametralmente opuesta a la verdadera Iglesia de Cristo. Esta iglesia paralela oscureció progresivamente la institución divina fundada por Nuestro Señor para reemplazarla con una entidad espuria, que corresponde a la religión universal deseada que la Masonería teorizó por primera vez.
El herético Jesuita Jon Sobrino escribió:
“La renuncia de Benedicto XVI es un hecho importante. Puede mover la vida de la Iglesia en una u otra dirección. Y por lo que tiene de “ruptura sin precedentes” –
Vea cómo Jon Sobrino es parte de la mafia a cargo de fabricar un ídolo humano que usurpa el papado no para preservar el depósito de la fe, sino para reemplazar la doctrina de la Iglesia con los ideales de la masonería que apunta a usurpar a Dios para reemplazarlo:
Jon Sobrino dijo: “Ojalá podamos humanizar y desmitificar al papa. La tarea no es nada fácil. ”– Jon Sobrino afirmó que los primeros gestos de Bergoglio fueron significativos : “arrodillarse ante el pueblo”
Según el herético Boff, Bergoglio es el Papa de la ruptura: “Ellos (Juan Pablo II y Benedicto XVI) creían que la Iglesia debía tener continuidad, por lo que el Concilio Vaticano II no podía significar una ruptura con el primero. Pero ahora hay una ruptura, la figura del Papa no es más la clásica, es otra. Francisco no comenzó con la reforma de la curia, comenzó con la reforma del papado.”
Bergoglio el “Papa de la Ruptura” significa que esta secta herética de usurpadores bergoglianos ha fabricado una falsa iglesia y un falso papa, con la finalidad de subvertir la doctrina católica para reemplazar a la Iglesia por una secta de rebeldes masones, marxistas inmorales que en lugar de buscar la salvación de las almas buscan su perdición, que en lugar de procurar la conversión a la Verdadera Fe busca que la gente se obstine en las falsas religiones y que trabaja en oposición a la obra del Espíritu Santo y en lugar de promover la Santidad está promoviendo los vicios en rebelión contra las Leyes de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.