sábado, 3 de septiembre de 2022

San Pío X nos advirtió sobre la falsa iglesia bergogliana: Se llamaban a sí mismos reformadores, pero eran corruptores



San Pío X: "Hay un gran movimiento de apostasía que se está organizando en todos los países para el establecimiento de una Iglesia Unica Mundial que no tendrá dogmas, ni jerarquía, ni disciplina para la mente, ni freno para las pasiones, bajo el pretexto de la libertad y de la dignidad humana



Se llamaban a sí mismos reformadores, pero eran corruptores.
Esta admirable influencia de la Divina Providencia en la obra de restauración promovida por la Iglesia se manifiesta espléndidamente en el siglo que vio surgir, para vigor de los buenos, a san Carlos Borromeo. En este tiempo, bajo el yugo de las pasiones, el conocimiento de la verdad estaba casi enteramente adulterado y oscurecido; la lucha contra los errores fue continua; y la sociedad humana, yendo de mal en peor, parecía correr hacia el abismo. En medio de estos flagelos surgieron hombres orgullosos y rebeldes, enemigos de la cruz de Cristo, hombres de sentimientos terrenales, cuyo dios es el vientre (cf. Flp 3,19)
Tales hombres, aplicándose, no a corregir costumbres, sino a negar dogmas, multiplicaron los desórdenes, aflojaron para sí y para otros los frenos del libertinaje; o bien, despreciando la dirección autoritaria de la Iglesia y halagando las pasiones de los príncipes y de las personas más corruptas, subvirtieron de manera casi tiránica su doctrina, su constitución, su disciplina. Entonces – imitando a los malvados a los que se dirige la amenaza: “¡Ay de vosotros, que llamáis a lo bueno malo y a lo malo bueno” (Is 5,20)–, llamaron reforma a ese tumulto de rebelión y a esa perversión de la ley, y se autodenominaron reformadores. En realidad, no obstante, eran corruptores. […]




Los reformadores a los que se opuso Carlos Borromeo no pensaron en estas cosas; tenían la intención de reformar la fe y la disciplina a su antojo. Tampoco son mejores las pretensiones de los reformadores modernos contra los cuales debemos luchar, venerables hermanos. Estos también subvierten la doctrina, las leyes y las instituciones de la Iglesia, llevando siempre en los labios el grito de la cultura y la civilización, no porque se lo tomen a pecho, sino porque con palabras tan imponentes pueden ocultar más fácilmente sus malas intenciones.

 

¿Cuáles son, de hecho, sus objetivos, sus tramas y qué caminos pretenden tomar? Ninguno de vosotros los ignora, y sus designios ya han sido denunciados y condenados por nosotros. Proponen una apostasía universal de la Fe y la disciplina de la Iglesia; apostasía peor que la antigua, que puso en peligro el siglo de Carlos Borromeo, por cuanto más astutamente serpentea por las venas mismas de la Iglesia, y saca más sutilmente consecuencias extremas de sus erróneos principios.

Los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas. 

La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material.
Nos no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo; hemos recordado ya que la Iglesia ha dejado siempre a las naciones la preocupación de darse el gobierno que juzguen más ventajoso para sus intereses. Lo que Nos queremos afirmar una vez más, siguiendo a nuestro predecesor, es que hay un error y un peligro en enfeudar, por principio, el catolicismo a una forma de gobierno; error y peligro que son tanto más grandes cuando se identifica la religión con un género de democracia cuyas doctrinas son erróneas.
No tomen de la retórica de los peores enemigos de la Iglesia, y del pueblo un lenguaje enfático y lleno de promesas tan sonoras como irrealizables; persuádanse que la cuestión social y la ciencia social no nacieron ayer; que en todas las edades la Iglesia y el Estado concertados felizmente suscitaron para el bienestar de la sociedad organizaciones fecundas; que la Iglesia que jamás ha traicionado la felicidad del pueblo con alianzas comprometedoras, no tiene que desligarse de lo pasado, antes le basta anudar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución, y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano de que estuvieron animados, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas.
San Pío X, en Notre Charge Apostolique, 1910.

EL PAPA SAN PÍO X ALERTA SOBRE LOS HEREJES MODERNISTAS INFITRADOS EN LA IGLESIA Y NOS ADVIERTE QUE DEBEMOS QUITARLES LAS MÁSCARAS 

"No es menester ir a buscar a los fabricadores de errores entre los enemigos declarados; se ocultan y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos a la verdad tanto más perjudiciales cuanto no se declaran como tales. Sí. Hablamos, Venerables Hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en Filosofía y Teología, e impregnados por el contrario, hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, de restauradores de la Iglesia...Porque, en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera sino desde dentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas, y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia...Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad...Modernistas: así se los llama vulgarmente y con mucha razón".


Renuévate para discernir la voluntad de Dios

En efecto, la Iglesia, sabiendo bien cuánto son propensos al mal los sentimientos y los pensamientos humanos (cf. Gn 8, 21), no cesa de luchar contra los vicios y los errores, para que el cuerpo de pecado sea destruido y dejemos de ser esclavos del pecado (cf. Rom 6, 6).

En esta lucha, como la Iglesia es su propia maestra, guiada por la gracia infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, adopta la regla de pensar y actuar (de San Pablo) el doctor de los gentiles: “renovaos en vuestro espíritu y en vuestra mente” (Ef 4,23); y “no os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestro espíritu, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, y lo que es bueno, y lo que le agrada, y lo que es perfecto (Rom 12,2).




 
San Pío X advierte: “Vigilad oh sacerdotes, a que por vuestra falta, la doctrina de Jesucristo, no pierda el aspecto de su integridad. Conservad siempre la pureza y la integridad de la doctrina, en todo lo que concierne a los principios de la fe, a las costumbres y a la disciplina; (…) Muchos no comprenden el cuidado celoso y la prudencia que se debe tener para conservar la pureza de la doctrina. Les parece natural y casi necesario que la Iglesia abandone algo de esta integridad; les parece intolerable que en medio de los progresos de la ciencia, únicamente la Iglesia pretenda permanecer inmóvil en sus principios. Tales olvidan, la orden del apóstol: ‘Te ordeno delante de Dios que da la vida a todas las cosas y delante de Jesucristo que ha dado testimonio bajo Poncio Pilato, te ordeno observar este mandato (la doctrina que había él enseñado) inmaculado, intacto, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo’. Cuando esta doctrina no pueda más guardarse incorruptible y que el imperio de la verdad no sea ya posible en este mundo, entonces el Hijo de Dios, aparecerá una segunda vez. Pero hasta ese último día, debemos mantener intacto el depósito sagrado y repetir la gloriosa declaración de San Hilario: ‘Más vale morir en este siglo que corromper la castidad de la verdad’ “. (Jérome Dal-Gal, PÍE X, 1953, p.107-108).

San Pío X: “Abajarse ante los enemigos de la Iglesia es una culpable omisión pastoral”



NO ES POSIBLE COMPLACER SIMULTÁNEAMENTE A DIOS Y AL MUNDO

"Aplíquese tu corazón a la doctrina y tus oídos a las máximas de sabiduría". Prov. XXIII,12

“Están, pues, gravemente equivocados los que creen posible y esperan para la Iglesia un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero mucho peor es el error de aquellos que se engañan pensando que alcanzarán esa paz efímera mediante la disimulación de los derechos e intereses de la Iglesia, sacrificándolos a intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo, “que está todo puesto bajo el maligno” (1 Jn. 5, 19), con el pretexto de captar la simpatía de los fautores de novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible una composición o acuerdo entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial.

“Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores que pretendan a todo costo hacer las paces con el enemigo, que es el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres”. 

(Papa San Pío X, Encíclica Communium Rerum, del 21 de abril de 1909).






«Sí, estamos en una época en la que muchos enrojecen al confesarse católicos... en nuestros días más que nunca, la fuerza de los malos es la cobardía y debilidad de los buenos, y todo el nervio del reino de Satán reside en la blandura de los cristianos.
¡Oh! Si se me permitiera, como lo hizo en espíritu Zacarías, preguntar al Señor: «¿Qué son esas llagas en medio de tus manos?», no cabría duda sobre la respuesta: «Me han sido infligidas en casa de los que me amaban», por mis amigos que nada han hecho por defenderme y que, al contrario, se han hecho cómplices de mis adversarios. Y de este reproche que merecen los cristianos pusilánimes e intimidados de todas partes, no puede escaparse un número grande de cristianos de Francia.». Discurso pronunciado por el papa San Pío X el 13 de diciembre de 1908, después de la lectura de los decretos de beatificación de Juana de Arco, Juan Eudes, Francisco de Capillas y Teófano Vénard y sus compañeros.




Oh Dios, que para defender la fe católica y restaurar todas las cosas en Cristo, has llenado al Sumo Pontífice San Pío X de celeste sabiduría  y apostólica fortaleza; concede propicio que siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, haciendo a un lado los respetos humanos, defendamos también nosotros nuestra fe contra los enemigos internos de la Iglesia -los modernista- que con valentía y firmeza denunció  este gran santo en su encíclica Pascendi Dominici Gregis y consigamos los premios eternos. Por el mismo  Señor Nuestro Jesucristo, tu hijo que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. 


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